El despido como fórmula de gestión
nuevatribuna.es
Como en ningún otro lugar en el mundo la crisis económica es en España una crisis del empleo: somos el país que más empleo destruyó y el que tiene la mayor tasa de paro entre todos los países desarrollados del mundo. La gran pregunta es porque, con niveles similares de caída en la actividad productiva, el empleo solo se desploma en España.
En este debate complejo algunos datos pueden aportar algo de luz. El primero es de tipo sectorial y señala que de los 2,6 millones de empleos que se destruyeron en España, 1,3, esto es, la mitad se perdieron directamente en la construcción. Si se tiene en cuenta el efecto arrastre de este sector en algunas actividades industriales y de servicios, no es exagerado afirmar que 6 de cada 10 de los puestos de trabajo que se perdieron con la crisis estaban directamente vinculados con la construcción.
El segundo dato es laboral, porque en esta crisis se ha destruido sobre todo empleo temporal o precario. Si excluimos la construcción, desde el segundo trimestre de 2008 han perdido su empleo 934.000 asalariados, la gran mayoría de ellos sometidos a contratación temporal. La crisis afectó mucho menos a los asalariados con contrato indefinido, porque gran parte del ajuste del empleo asalariado se ha concentrado en los trabajadores con contrato temporal: han desaparecido más de 601.000 puestos de trabajo ocupados por personas con contrato temporal. Esta cifra equivale a una reducción del 15% del total mientras que los asalariados fijos solo cayeron el 3%.
Delante de esta realidad tan contundente se debe concluir que la parte fundamental de la explicación de nuestra crisis del empleo está repartida entre una deficiente estructura productiva y un mercado de trabajo ineficiente. En España, en la última década, se impulso un modelo económico que generó mucha actividad en sectores de gran fragilidad, como es la construcción de viviendas, la hostelería y el turismo, sectores en los que se creo mucho empleo precario en la fase alcista y especulativa y que ahora se está destruyendo con la misma rapidez en la fase recesiva.
Pero sin duda el factor fundamental que explica lo específico de nuestra crisis es la elevadísima precariedad laboral del mercado de trabajo en España, con una tasa de empleo temporal que multiplica por dos la media de la UE. Al ser tan precaria, tan frágil la relación laboral de millones de asalariados, que además tienen un coste de despido casi nulo, la primera variable de ajuste que aplican las empresas ante cualquier expectativa negativa es la de no renovar los contratos temporales reduciendo así sus plantillas.
Por eso son absurdas las propuestas de abaratar más el despido y hacer todavía más precario nuestro mercado laboral. Al contrario, la solución de futuro para nuestro país pasa por una especialización en sectores de actividad más sólidos y resistentes ante los cambios de ciclo apoyado en un modelo de relaciones laborales en el que la estabilidad en el empleo sea el principio básico.
El discurso económico dominante culpa a una supuesta rigidez del mercado laboral, el insoportable nivel de paro que tenemos. Pero esta lectura de la crisis es absolutamente falsa, como lo demuestran los datos. El año 2009 fue el peor para el empleo en décadas y sirve para analizar nuestra dinámica laboral. En España, un millón de asalariados perdieron su empleo mientras que en Alemania, con una caída de la actividad económica mayor que la española, no se destruyó empleo. La respuesta de las empresas españolas y alemanas fue radicalmente distinta. Aquí, las empresas realizaron un ajuste brutal y rápido a través de la no renovación de contratos temporales, sobre todo, y de despedir a trabajadores indefinidos.
En Alemania, las empresas respondieron a la crisis con acuerdos para reducir las horas de trabajo de sus plantillas y, por lo tanto, los salarios, en una cifra proporcional a la caída en la producción. Mientras que la economía alemana mostró una elevada flexibilidad interna en la gestión de la crisis, las empresas españolas apostaron por la flexibilidad de salida. Esto es, el nulo coste del despido de los eventuales y el bajo coste de los indefinidos hace que las empresas prefieran gestionar despidiendo que buscando acuerdos de flexibilidad interna que eviten la perdida de empleo.
Veámoslo con cifras. El número medio de asalariados en el año 2009 era de 15.700.000. En ese año, el número de trabajadores regulados temporalmente fue de 465.215. Esto es, las empresas solo buscaron medidas de adaptación temporal a la crisis para una mínima parte de sus trabajadores. Pero el resultado es mucho peor si se analiza la medida estrella del modelo alemán, la reducción parcial de la jornada (Kurztarbait). En todo el 2009, en toda España, tan solo 18.027 trabajadores redujeron su jornada con un ERE, un insignificante 0,1% del total de asalariados, mientras que en Alemania varios millones redujeron jornada y salario, pero se mantuvieron en sus empresas.
En España, por el contrario, en ese mismo año, 1.015.077 personas fueron despedidas, sin contar a los que no les renovaron el contrato, una cifra escandalosa que multiplica por cincuenta y seis el número de personas que redujeron la jornada a través de un ERE.
Es cierto que existen muchas variables que afectan al empleo que se tienen que tener en cuenta, como la especialización en actividades más o menos competitivas. Pero también lo es que la cultura empresarial es muy importante. En España las empresas quieren flexibilidad externa, y por eso insisten en contratar y despedir fácilmente, y solo hablan de la flexibilidad interna para desregular y recortar derechos laborales.
Volviendo al marco laboral, hay que decir que si bien sirve de poco para crear empleo, sí es relevante para evitar que se destruya. Una de las razones que explican que España sea el país que más empleo perdió en la crisis, además de la semiparalización de la construcción, es la enorme precariedad de nuestro mercado de trabajo.
Y este es nuestro diferencial negativo. En España hay una excesiva flexibilidad externa para reducir plantillas sin coste ninguno, que lleva a muchas empresas a utilizar esta vía de ajuste en vez de buscar acuerdos de flexibilidad interna como vía alternativa al despido.
En el debate sobre los problemas del mercado de trabajo en España estamos en riesgo de caer en la máxima goebeliana de que una mentira repetida mil veces se acaba convirtiendo en una verdad. Esa mentira es que nuestro mercado laboral es muy rígido y que por lo tanto hacen falta reformas, una tras otra, para flexibilizarlo más. Para no confrontar solo opiniones es necesario utilizar los datos. Y estos son apabullantes en contra de la teoría de la falta de flexibilidad.
Tomando los dos primeros años de crisis, el 2008 y el 2009, el número medio de trabajadores asalariados fue de 15.363.750 personas, de las cuales 3.902.800 tenían contrato temporal. Pues bien, en esos dos años se firmaron 29.763.950 contratos de trabajo. Eso sí, el 90 % de ellos con carácter temporal y la mayoría con una duración inferior a un mes.
Si relacionamos el número de contratos temporales firmados con el número de personas que trabajan temporalmente, 29,8 millones de contratos y 3,9 millones de asalariados eventuales, resulta que cada eventual firmó una media de 3,5 contratos por año. Esto es un enorme flujo de entrada, en empresas privadas y en Administraciones públicas, que también tiene un flujo de salida brutal. En estos dos años, 9.690.858 personas han cesado su relación laboral con sus empresas, de las cuales 2.166.362 han sido despedidas y a 7.524.496 no les renovarán sus contratos temporales.
Si en dos años se firman casi 30 millones de contratos laborales, ¿cómo es posible decir que nuestro mercado de trabajo es rígido? Si en dos años las empresas rompieron su relación laboral con 10 millones de personas, ¿quién puede defender que existe rigidez? Si en ese período más de dos millones de trabajadores fueron despedidos por sus empresas, ¿cómo se puede decir que en España despedir es difícil o caro?
Para enfrentarse a la crisis las empresas usan y abusan de las enormes facilidades para contratar y para despedir y desperdician de forma absoluta la posibilidad de ajustar el horario laboral a la carga de trabajo a través de acuerdos en el interior de las empresas. Dicho de otra forma, el mercado de trabajo en España es excesivamente flexible en la entrada, es brutalmente flexible en la salida y donde no tiene flexibilidad es en la gestión interna.
En este debate complejo algunos datos pueden aportar algo de luz. El primero es de tipo sectorial y señala que de los 2,6 millones de empleos que se destruyeron en España, 1,3, esto es, la mitad se perdieron directamente en la construcción. Si se tiene en cuenta el efecto arrastre de este sector en algunas actividades industriales y de servicios, no es exagerado afirmar que 6 de cada 10 de los puestos de trabajo que se perdieron con la crisis estaban directamente vinculados con la construcción.
El segundo dato es laboral, porque en esta crisis se ha destruido sobre todo empleo temporal o precario. Si excluimos la construcción, desde el segundo trimestre de 2008 han perdido su empleo 934.000 asalariados, la gran mayoría de ellos sometidos a contratación temporal. La crisis afectó mucho menos a los asalariados con contrato indefinido, porque gran parte del ajuste del empleo asalariado se ha concentrado en los trabajadores con contrato temporal: han desaparecido más de 601.000 puestos de trabajo ocupados por personas con contrato temporal. Esta cifra equivale a una reducción del 15% del total mientras que los asalariados fijos solo cayeron el 3%.
Delante de esta realidad tan contundente se debe concluir que la parte fundamental de la explicación de nuestra crisis del empleo está repartida entre una deficiente estructura productiva y un mercado de trabajo ineficiente. En España, en la última década, se impulso un modelo económico que generó mucha actividad en sectores de gran fragilidad, como es la construcción de viviendas, la hostelería y el turismo, sectores en los que se creo mucho empleo precario en la fase alcista y especulativa y que ahora se está destruyendo con la misma rapidez en la fase recesiva.
Pero sin duda el factor fundamental que explica lo específico de nuestra crisis es la elevadísima precariedad laboral del mercado de trabajo en España, con una tasa de empleo temporal que multiplica por dos la media de la UE. Al ser tan precaria, tan frágil la relación laboral de millones de asalariados, que además tienen un coste de despido casi nulo, la primera variable de ajuste que aplican las empresas ante cualquier expectativa negativa es la de no renovar los contratos temporales reduciendo así sus plantillas.
Por eso son absurdas las propuestas de abaratar más el despido y hacer todavía más precario nuestro mercado laboral. Al contrario, la solución de futuro para nuestro país pasa por una especialización en sectores de actividad más sólidos y resistentes ante los cambios de ciclo apoyado en un modelo de relaciones laborales en el que la estabilidad en el empleo sea el principio básico.
El discurso económico dominante culpa a una supuesta rigidez del mercado laboral, el insoportable nivel de paro que tenemos. Pero esta lectura de la crisis es absolutamente falsa, como lo demuestran los datos. El año 2009 fue el peor para el empleo en décadas y sirve para analizar nuestra dinámica laboral. En España, un millón de asalariados perdieron su empleo mientras que en Alemania, con una caída de la actividad económica mayor que la española, no se destruyó empleo. La respuesta de las empresas españolas y alemanas fue radicalmente distinta. Aquí, las empresas realizaron un ajuste brutal y rápido a través de la no renovación de contratos temporales, sobre todo, y de despedir a trabajadores indefinidos.
En Alemania, las empresas respondieron a la crisis con acuerdos para reducir las horas de trabajo de sus plantillas y, por lo tanto, los salarios, en una cifra proporcional a la caída en la producción. Mientras que la economía alemana mostró una elevada flexibilidad interna en la gestión de la crisis, las empresas españolas apostaron por la flexibilidad de salida. Esto es, el nulo coste del despido de los eventuales y el bajo coste de los indefinidos hace que las empresas prefieran gestionar despidiendo que buscando acuerdos de flexibilidad interna que eviten la perdida de empleo.
Veámoslo con cifras. El número medio de asalariados en el año 2009 era de 15.700.000. En ese año, el número de trabajadores regulados temporalmente fue de 465.215. Esto es, las empresas solo buscaron medidas de adaptación temporal a la crisis para una mínima parte de sus trabajadores. Pero el resultado es mucho peor si se analiza la medida estrella del modelo alemán, la reducción parcial de la jornada (Kurztarbait). En todo el 2009, en toda España, tan solo 18.027 trabajadores redujeron su jornada con un ERE, un insignificante 0,1% del total de asalariados, mientras que en Alemania varios millones redujeron jornada y salario, pero se mantuvieron en sus empresas.
En España, por el contrario, en ese mismo año, 1.015.077 personas fueron despedidas, sin contar a los que no les renovaron el contrato, una cifra escandalosa que multiplica por cincuenta y seis el número de personas que redujeron la jornada a través de un ERE.
Es cierto que existen muchas variables que afectan al empleo que se tienen que tener en cuenta, como la especialización en actividades más o menos competitivas. Pero también lo es que la cultura empresarial es muy importante. En España las empresas quieren flexibilidad externa, y por eso insisten en contratar y despedir fácilmente, y solo hablan de la flexibilidad interna para desregular y recortar derechos laborales.
Volviendo al marco laboral, hay que decir que si bien sirve de poco para crear empleo, sí es relevante para evitar que se destruya. Una de las razones que explican que España sea el país que más empleo perdió en la crisis, además de la semiparalización de la construcción, es la enorme precariedad de nuestro mercado de trabajo.
Y este es nuestro diferencial negativo. En España hay una excesiva flexibilidad externa para reducir plantillas sin coste ninguno, que lleva a muchas empresas a utilizar esta vía de ajuste en vez de buscar acuerdos de flexibilidad interna como vía alternativa al despido.
En el debate sobre los problemas del mercado de trabajo en España estamos en riesgo de caer en la máxima goebeliana de que una mentira repetida mil veces se acaba convirtiendo en una verdad. Esa mentira es que nuestro mercado laboral es muy rígido y que por lo tanto hacen falta reformas, una tras otra, para flexibilizarlo más. Para no confrontar solo opiniones es necesario utilizar los datos. Y estos son apabullantes en contra de la teoría de la falta de flexibilidad.
Tomando los dos primeros años de crisis, el 2008 y el 2009, el número medio de trabajadores asalariados fue de 15.363.750 personas, de las cuales 3.902.800 tenían contrato temporal. Pues bien, en esos dos años se firmaron 29.763.950 contratos de trabajo. Eso sí, el 90 % de ellos con carácter temporal y la mayoría con una duración inferior a un mes.
Si relacionamos el número de contratos temporales firmados con el número de personas que trabajan temporalmente, 29,8 millones de contratos y 3,9 millones de asalariados eventuales, resulta que cada eventual firmó una media de 3,5 contratos por año. Esto es un enorme flujo de entrada, en empresas privadas y en Administraciones públicas, que también tiene un flujo de salida brutal. En estos dos años, 9.690.858 personas han cesado su relación laboral con sus empresas, de las cuales 2.166.362 han sido despedidas y a 7.524.496 no les renovarán sus contratos temporales.
Si en dos años se firman casi 30 millones de contratos laborales, ¿cómo es posible decir que nuestro mercado de trabajo es rígido? Si en dos años las empresas rompieron su relación laboral con 10 millones de personas, ¿quién puede defender que existe rigidez? Si en ese período más de dos millones de trabajadores fueron despedidos por sus empresas, ¿cómo se puede decir que en España despedir es difícil o caro?
Para enfrentarse a la crisis las empresas usan y abusan de las enormes facilidades para contratar y para despedir y desperdician de forma absoluta la posibilidad de ajustar el horario laboral a la carga de trabajo a través de acuerdos en el interior de las empresas. Dicho de otra forma, el mercado de trabajo en España es excesivamente flexible en la entrada, es brutalmente flexible en la salida y donde no tiene flexibilidad es en la gestión interna.
"La gran pregunta es porque, con niveles similares de caída en la actividad productiva, el empleo solo se desploma en España", pues ya te digo yo por qué....por culpa de los sindicatos españoles!!!!!!!
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